Las falacias del PSC y otros compañeros de viaje
Veo que me ha sucedido lo mismo
que ocurre a los manuscritos
pegados en sus rollos
tras largo tiempo de olvido:
hay que desenrollar la memoria
y de vez en cuando
sacudir todo lo que allí
se haya almacenado.
Séneca
El pasado 10 de octubre un grupo de
socialistas catalanes planteamos la necesidad de que el PSOE constituyera su
propia federación en Cataluña al margen del PSC. Los acontecimientos no sólo no
han ido por donde deseábamos sino que la situación se ha trastocado totalmente:
el PSC se ha extendido a toda España.
Para nuestra sorpresa Pedro Sánchez es el
nuevo secretario general de un PSOE que abre sus brazos al proyecto político
que desde hace años el catalanismo impuso en el PSC. El PSOE quiere transformar
España en un Estado plurinacional.
Mis compañeros me cedieron puntualmente en
aquel 10 de octubre la portavocía para explicar porqué planteábamos la
separación del PSOE del PSC y hoy deseo explayarme en mi análisis ante este
nuevo y sorprendente escenario al que toda España asiste asombrada y
expectante.
Miquel Iceta es, sin duda, el más
autorizado intérprete de las viejas tesis del PSC que situaban en una abstracta
e inconcreta "voluntad de ser" la especificidad de su catalanismo, para
diferenciarse del catalanismo de CDC y de ERC al que señalaban de base
romántica y herderiana. En realidad un precedente del camuflaje lingüístico al
que el catalanismo nos tiene ya acostumbrados con sus neologismos inconcretos,
tendenciosos y falaces. Derecho a decidir: ¿qué? Voluntad de ser: ¿qué?
Esta construcción lingüística acompaña a un
artificio ideológico sincretista que da como resultado un partido-artefacto
que, injertado en el PSOE, lo hace incomprensible e inútil y que lo único que
produce son esperpentos como el de "nación de naciones" o la
apelación "a Europa si se suspende la autonomía de Cataluña". Son los
artífices de un sincretismo imposible y que sólo desde la falacia puede
sostenerse.
Sostiene Iceta que el proyecto nacional que
él promueve es compatible con la igualdad de los ciudadanos españoles. No sólo
eso es imposible sino que ese pretendido nacionalismo es económicamente ineficiente, socialmente regresivo y culturalmente estéril.
El sueño del catalanismo es construir un
estado-nación que funcione en la práctica como las viejas ciudades-estado pero
sin las obligaciones y costes de un Estado. De eso ya se ocuparán otros.
Lo que en realidad esconde el catalanismo
es obtener, mantener y garantizar en el futuro el privilegio de reservar en
exclusiva para una reducida estirpe el control de una estructura adecuada de estado,
la mínima necesaria y suficiente, para controlar los réditos de las economías
de escala que se obtienen al aplicar a un territorio privilegiado los recursos
dispersos de sus territorios adyacentes, sin tener que compartir los beneficios
de esta escalación.
En este proyecto, la lengua propia, es
precisamente el instrumento excluyente y expropiante con el que, a modo de
arancel lingüístico, preservan para esa reducida estirpe, y a aquellos que la
asumen como ascensor social, los beneficios de esta astuta operación.
En realidad la formulación ideológica del
PSC es un trabalenguas sin sentido para embaucar a un sector social que,
lamentablemente, no es capaz de llevar a cabo una simple interpretación de
texto. Para su sorpresa, ahora el PSC y con él el PSOE, debe enfrentarse a una
situación en la que no esperaba encontrarse hasta dentro de muchos años: tiene
que explicar a toda la sociedad española ese artefacto ideológico que ni sus
creadores saben qué quiere decir.
La pretenciosa genialidad del constructo
"nación de naciones", por mucho que algunos socialistas insignes la
avalaran, se estrella, aparte de contra
el principio de identidad y no contradicción de la filosofía básica, contra la
lógica de los tiempos y acabará, en el mejor de los casos, reivindicando un indigenismo
en la periferia de una Europa que nos sumirá en la intrascendencia.
La reivindicación del catalanismo tiene,
sin duda, su parangón con la difusión en Sudamérica de la reivindicación
nacional indigenista. Esta reivindicación tiene un sentido diametralmente
opuesto al sentido que se produjo en el mundo anglosajón. Recuérdese que los
Estados Unidos de América son eso, muchos estados unidos indisolublemente en
una sola nación en torno a la que cierran filas todos sus ciudadanos. Una
unión, además, que admite una pluralidad extraordinaria.
El catalanismo, sin embargo, ha preferido
esa deriva indigenista frente, incluso, a la vía que el marxismo leninismo
apuntó, en su día, cuando sus pensadores teóricos y prácticos analizaban la
denominada cuestión de las nacionalidades. Las nacionalidades: un término tan
europeo y tan comprometido socialmente. Pero es que en el fondo el catalanismo
con esa preferencia se expone tal cual es.
Con la nueva apuesta del PSOE no se sabe
quién, ahora en España, es más que quién y qué no tiene nadie por encima de
nadie. Iceta se inventa un lenguaje que ni él mismo comprende porque no en vano
se dice que lo que no se sabe explicar es que, en el fondo, no se sabe.
Insistir ahora en las singularidades de los
territorios y en los sentimientos de las personas es liarla por liarla. El reto
es construir una nueva Europa, con gobierno, con presupuesto y con leyes
propias y comunes. El reto es construir la nacionalidad europea que, como no
podrá compartir lengua común, deberá compartir un instrumento tan o más
poderoso: los presupuestos que igualen y garanticen un nuevo estado de
bienestar para todos los ciudadanos europeos. Esta y no otra ha de ser la nueva
y poderosa argamasa emocional de los europeos.
Quienes se sienten catalanistas tienen todo
el derecho a sentirse, pero no pueden monopolizar la forma de sentirse
catalanes. No es legítima su pretensión totalizante, por mucho que se esconda
tras el eufemístico "catalanismo unitario" que apadrina el astuto
obiolista Jordi Font en su intento de destilar el constructo de la "voluntad
de ser". Detrás de esta frase mal acabada se esconde el "de ser como
nosotros somos"; es decir una voluntad uniformista y totalizante.
No ser o no sentirse catalanista no es ser
anticatalanista ni mucho menos anticatalán; es sentirse otra cosa, tan
respetable, al menos.
A esta situación no se ha llegado por azar
ni gratuitamente. Al margen de la neurálgica responsabilidad del PSOE-PSC, tres
cuartos de la misma cabe aplicársela al Partido Popular en Cataluña, una
formación que también pretende pasar de contrabando su propia versión del
catalanismo, más interesada que sentimental, pero al fin y al cabo abocada a
generar el mismo monstruo más tarde o más temprano. El catalanismo tiene peones
en todo el tablero de juego.
Y a este juego se siente también atrapada
la izquierda todo roja y siempre roja, creyéndose que los llevará a todos a su
revolución, como útiles compañeros de viaje, cuando en realidad es siempre ella
la que queda atascada en el apeadero de la historia mientras las clases
dominantes se aprovechan de su tirón al grito de "¡más soberanía que es la
guerra!"
Y finalmente, pero no menos preocupante, a
esta pléyade de tontos útiles o, en el
mejor de los casos, ingenuos, amenazan con sumárseles esos neocatalanistas
españolistas, valga el oxímoron, que creen que ellos son los buenos, que ellos
sí que sabrán resolver un problema que tiene más ecuaciones que variables y
que, como en el álgebra, sólo tiene solución en el campo de su imaginación.
Estos ignoran que el españolismo lo inventó el catalanismo tal como ha
certificado recientemente Joan Lluís Marfany.
La solución no es la simple represión
jurídica, ni una soterrada acción policial, ni tampoco la conllevancia de
Ortega. La solución nos la señalan los mismos catalanistas. La solución es más
política, más profunda, sociológica; pero no la que interesadamente apunta el
catalanismo normalizador y totalizante. La solución es la equivalente a la que
se planteó con la guerra fría. Equilibrio de fuerzas, con equilibrio en cada
uno de los teatros de operaciones en los que se está en contacto con un
equilibrio armamentístico de forma que la paz está salvaguardada por la amenaza
de la destrucción mutua asegurada.
Es urgente un plan estratégico que
contemple un firme empoderamiento cultural, social, económico y político de
aquella parte de la sociedad catalana que hoy está cautiva de unos embaucadores
y de sus mamporreros y que la han ninguneado y humillado hasta más allá de lo
que en dignidad se puede admitir. Nada
clandestino u oculto, todo a la luz de los focos, dando la cara.
No queda otro camino. Afrontemos con vigor
y sin complejos la lengua de Cervantes como "koiné" compartida y
construyamos con ella un vehículo sólido para valores sólidos con los que
afrontar los apasionantes retos que esperan a la humanidad en este siglo que ya
ha dado sus primeros pasos y se adentra en unos procelosos mares de esperanza
pero también de incertidumbre. Con ella tenemos un papel que jugar en el mundo,
sin ella ninguno.
Y así hasta que una nueva revolución
científico técnica haga inútil la devastadora arma lingüística. Sin duda la
inteligencia humana aplicada a la inteligencia artificial lo hará posible. A
partir de ahí solo será un problema de actitud. Como se ve la historia nunca
termina.
Paralelamente harán falta medidas tácticas
más a corto plazo. En el actual estado de cosas hay que dar, también, respuesta
a las soluciones que se proponen, por ejemplo desde el sesudo y lejano New York
Times. Su propuesta es irrealizable porque es como poner un caramelo en la
puerta de un colegio. Es difícil que los niños soberanistas, ya fuera de la
clase, contengan sus apetitos.
Sobre el indispensable equilibrio que
ofrece el riesgo de destrucción mutua asegurada más arriba planteado y que debe
implicar movilizaciones sociales, hay que propiciar juego político con mesas de
negociación para ensayar movimientos y propiciar ajustes en dicho equilibrio
estratégico; por ejemplo el que ya he explicitado en otras ocasiones y por
otros medios.
Se debería pasar, en algún momento, por uno
o varios referéndums; sin duda todos pactados. De otra forma estaríamos en un
escenario de ruptura de fatales consecuencias para todos. Por ejemplo por un
primer referéndum que recupere para la sociedad catalana el derecho a decidir
sobre lo que sí tienen competencias, sobre aceptar o no un Estatuto de Autonomía
plenamente constitucional, que una reforma inoportuna e incoherente eliminó, por
cierto a iniciativa del PSOE y CiU, al suprimir el recurso previo de
inconstitucionalidad.
Según sea el resultado de ese referéndum
habrá que acometer con rigor democrático, y por lo tanto rigor legal, el
abanico de opciones que se vaya planteando que, lo más probable, derive hacia
una reforma constitucional, ahora sí, con todas las cartas sobre la mesa. La
sociedad catalana está equilibrada desde el punto de vista sociolingüístico y ahora
puede dotarse de un Estatuto eficaz, respetuoso y solidario. O a lo mejor no
porque la sociedad catalana bien puede acabar aceptando la actual redacción
enmendada por el Tribunal Constitucional del Estatuto vigente.
Esta es la verdadera vía política que nos puede
dotar de instrumentos jurídicos sólidos sobre competencias y procedimientos, porque
al final, sobre sexo, amor e identidades nada se puede legislar, porque nada ni
nadie puede imponer, si de respeto hablamos, una forma de amar mejor que otra
pues el mismo Cristo nos impulsó a amar hasta a nuestros enemigos.
Acabando. Las limitaciones propias de la
edad no me permiten ya tirar con la energía necesaria del carro de la formación
de ninguna organización partidaria que sepa conjugar en la arena del circo
político estas ideas. Todas mis energías las dediqué a exponer y defender estas
ideas durante los más de 30 años que estuve participando infructuosamente en el
PSC; pero desde aquí declaro mi compromiso intelectual, en lo que valga, con
aquellos que estén en esa lid.