miércoles, 2 de marzo de 2011

Crónica desde el Ágora

Ayer Ágora Socialista nos dio la oportunidad de tener un debate enormemente interesante con uno de los pesos fuertes del socialismo catalán: Celestino Corbacho. El título de la conferencia-coloquio fue: Qué PSC queremos.

La intervención de Corbacho fue lo que al parecer es un discurso enlatado que están repitiendo los dirigentes del PSC allí por donde van. Inició su explicación haciendo balance de los logros del PSOE, más que del PSC, desde la recuperación de la democracia. Al PSC le atribuyó el mérito del cambio realizado desde la administración local y planteó la necesidad de seguir en esta línea de progreso insistiendo en el desarrollo y profundización del catalanismo de progreso.

Se escudó en que en Cataluña fue necesario plantear el gobierno tripartito, no por coincidencia con sus socios de gobierno, sino porque era la única vía para alcanzar el poder y se quedó tan fresco a pesar de que dijo que el haber sido ministro le quitaba frescura. Responsabilizó de la crisis a la globalización y al sistema financiero y consideró fatalmente inevitable que la ciudadanía quisiera poner cara a los responsables de la crisis y que en este empeño sólo era posible poner la de los gobiernos. Así pasa en todo el mundo.

Aparte de mostrarnos con claridad el camino por el que él piensa que hay que continuar: el del catalanismo de progreso, evitó asumir una especial responsabilidad que recae sobre sus hombros. Comparó la crisis con una pandemia global que cuando llega a España se encuentra con un paciente debilitado aquejado de una gripe provocada por un modelo productivo de bajo valor añadido basado en la economía del ladrillo. Tuve que recordarle que omitía un factor agravante: el provocado sobre el Estado por el raquitismo que había generado la segunda generación de estatutos que el PSC puso en marcha desde Cataluña.

El auditorio esperaba con interés que Corbacho presentara los primeros esbozos del proceso de regeneración política para el PSC a culminar en su próximo congreso, pero la decepción fue instalándose entre los asistentes a medido que Corbacho desgranaba su propuesta. Reivindicó sin convicción retomar la autonomía del proyecto socialista con objeto de volver a gobernar en Cataluña e impulsar el máximo desarrollo del estatuto de autonomía--pásmense ustedes--¡aprobado por el pueblo de Cataluña! Ni la más mínima concesión a la sentencia del Tribunal Constitucional. Con preocupación, con profunda preocupación, porque creo que en el fondo no se percató de lo que le habían hecho decir los folios que alguien le preparó, le tuve que recriminar su llamada a la vía insurreccional y su alineación con las tesis soberanistas.

Intentó justificar esta postura apelando a que de otra forma se darían alas al independentismo. Triste recuerdo nos provoca la estrategia del apaciguamiento precisamente de los nacionalismo que si de algo la historia deja constancia es de sus sed infinita e insaciable.

Me vino al pelo su afirmación sobre la necesidad de construir referentes desde la política local porque esa es precisamente la vía que inicio con mi candidatura para las próximas elecciones municipales. Barcelona puede ser un buen principio para una apasionante experiencia política.

Continuó planteando que mientras se construye una nueva alternativa al gobierno actual, habrá que hacer una oposición responsable—aquí aprovechó para criticar el reciente recorte en el sistema sanitario—llegando a afirmar, sin que se le moviera una sola pestaña, que no dejarían que este nuevo gobierno de la Generalitat se escudara en los discursos identitarios. No pude por menos que señalarle que en ese terreno su credibilidad, a la luz del trabajo llevado a cabo por el PSC, era totalmente nula.

El PSC se aboca a continuar como compañero de viaje del catalanismo político y las personas que podrían dar un golpe de timón como Celestino Corbacho carecen de la capacidad para dar el impulso  adecuado en la dirección necesaria. Él y los sectores que controlan el aparato seguirán administrando el nuevo obiolismo debidamente traducido por el hábil Miquel Iceta. Sin capacidad de impulso, como simple masa inercial las bases del PSC se limitarán a izar y arriar las velas de un barco cuyo timón está en manos de quienes ya han optado por la vía soberanista y que fraudulentamente, con nocturnidad y alevosía, cuando la calma chicha no permita utilizar la fuerza del velamen, sacarán de contrabando un silencioso motor para volver a sacar ventaja y situar a la sociedad catalana en los nuevos mares, esta vez claramente procelosos, de la independencia, es decir de la soledad.

Nos pedía el bueno de Justo Dominguez que nos ciñéramos en plantear qué PSC queremos. Mi propuesta fue sencilla: queremos un PSC que no quiera reducir Cataluña al catalanismo, porque Cataluña es más que el catalanismo, Cataluña es compleja y diversa tanto como lo es España en su conjunto. Es necesario, concluí yo, que quienes sentimos tan importante la preservación de la cohesión social en Cataluña como en España tomemos conciencia, nos motivemos, nos movilicemos y reforcemos los instrumentos que la hagan posible. En cada elección futura habrá una oportunidad. Ahí estará mi empeño. En mayo por ejemplo.

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